En una democracia sana, las ideas se debaten, se confrontan y, eventualmente, se aceptan o se rechazan por medio del diálogo y el voto. Pero cuando las ideas de ciertos sectores no logran convencer ni movilizar, algunos optan por el camino más peligroso: el de la violencia y la coacción.
Lo vemos cada vez con más frecuencia en España, donde representantes y simpatizantes de Vox, un partido legalmente constituido y respaldado por millones de votantes, son objeto recurrente de insultos, escraches, boicots y, en algunos casos, agresiones físicas.
Es un fenómeno preocupante. Y no porque se critique a Vox -el derecho a la crítica política es sagrado en democracia-, sino por el método: el uso de la intimidación para silenciar al adversario.
Quienes incurren en estas prácticas, muchas veces identificados con la extrema izquierda o con colectivos radicalizados, no buscan debatir, buscan acallar y silenciar al adversario, más bien enemigo para ellos. Y cuando uno necesita acallar al otro para sostener su relato, es porque su relato ya no se sostiene solo.
Este tipo de violencia, aunque simbólicamente vestida de "resistencia antifascista", acaba retratando lo contrario: el miedo a la pluralidad, el pánico a perder privilegios, y una peligrosa visión maniquea de la política, en la que todo aquel que piensa distinto es automáticamente un enemigo.
Así se construye la polarización: no desde el disenso legítimo, sino desde la criminalización del otro.
Además, no es casualidad que cuando ciertos "chiringuitos" -estructuras de poder y financiación pública ligadas a intereses ideológicos muy concretos- se ven amenazados, resurja con fuerza el discurso del odio y la confrontación. El enemigo entonces ya no es
una idea, es una persona a la que hay que acosar, señalar y apartar del espacio público.
Vox, como cualquier otro partido, debe estar sujeto a escrutinio, crítica y control ciudadano. Pero lo que está sucediendo en muchos actos, mítines o manifestaciones en los que participan sus representantes, excede los límites democráticos.
Y lo más grave es que muchos medios de comunicación y líderes políticos miran para otro lado, o incluso justifican estas agresiones bajo el argumento de que "ellos se lo buscan".
¿En qué momento hemos decidido que la violencia es justificable si va contra quien no piensa como nosotros?
¿Cuándo se volvió aceptable normalizar el acoso político, siempre y cuando sea contra "los malos"?
Esa lógica es la antesala del totalitarismo, venga del color ideológico que venga. La izquierda democrática, si de verdad quiere preservar su credibilidad, debe marcar una línea clara con estos sectores radicales.
Porque hoy es Vox, pero mañana puede ser cualquier otro. Defender el derecho a expresarse, a reunirse y a proponer ideas, aunque no nos gusten, es la piedra angular de una sociedad libre.
Si permitimos que unos pocos impongan su visión por la fuerza, no estaremos defendiendo la democracia, la estaremos sepultándola.
Amador Vázquez Jorge
Grupo Municipal Vox San Andrés de la Barca